Los domingos me quedo en cama leyendo, con algún videojuego o película; permitiéndoles que me licuen los sesos y me alejen de todo pensamiento. Y claro, me evito cualquier clase de tarea que tenga que hacer.
En donde vivo, las casas se miran las unas a las otras, como silenciosos vigilantes. El fin de semana salen los ojos y las conciencias de las casas, se sientan en el pequeño jardín del frente y conversan. Los niños corren y gritan.
Entre semana las mañanas son silenciosas, perturbadas por el ocasional sonido de las aspiradoras y los camiones que traen los garrafones de agua. Por las tardes los niños también juegan, pero no gritan como en fin de semana.
Hoy me hice el desayuno. Puse un mantel sobre la mesa, un vasito de cristal y uno de los relucientes tenedores nuevos. Preparé masa e hice cuatro diminutos hot cakes. Les vacié medio bote de miel encima y me tomé un vaso de leche con chocolate. Mientras comía los hot cakes, iba ordenando en mi cabeza lo que tenía que hacer hoy. Llamar al plomero, lavar mi ropa, llevar a la lavandería las sábanas, toallas y jeans. Aspirar las escaleras, los sillones, trapear la sala… todo me daba pereza, apenas había dormido.
No sé porqué, estoy desbalanceada hormonalmente. Lo digo porque tengo varios síntomas. Como el que descubrí ayer, mientras me lavaba los dientes frente al espejo; miré mis clavículas y mi escote, conté seis enrojecidos y sexys granitos.
Y el síntoma más importante es la irregularidad de mi periodo. Anoche dormí en la sala, engarruñada por un fuertísimo cólico y escuchando un zumbido amortiguado, como si me llegara del otro lado de una pared. Me sentía débil, me miré al espejo y estaba amarilla. Creo que en estos veinte años, me he visto pálida unas tres veces. Y estaba así porque había estado sangrando como orate toda la noche. Se me ocurrió que después de sangrar tanto, ya nunca más iba a tener mi periodo. Sí, como no.
Para distraerme de mi pereza, me puse a leer. Pensé –una vez más- que no tiene sentido evitar las cosas que tengo que hacer, ya sé que no pasa nada si no aspiro la sala o si dejo que el patio se llene de cagajones de perro. Nada muy grave, al menos. Pero dentro de mi monótona y simple existencia, es algo que se tiene que hacer.
Y cuando uno está así, dejándose arrastrar por los pensamientos, le llegan recuerdos de alguna parte enterrada en la memoria.
A veces trato de recordar tus palabras. A veces lo logro, y otras no. Siento que mis recuerdos están contaminados por la bruma que envuelve mi memoria. Y me siento extraña, porque hay mucha gente que tiene en su mente los recuerdos frescos, como si hubieran ocurrido apenas ayer. Y me da la impresión que hace muchas vidas que viví lo que hay en mi cabeza. Como si no fuera yo y esos recuerdos hubieran sido plantados para hacerme creer que esta es mi vida. Claro que no podría asegurar que tuve una vida antes de esos recuerdos, siento más bien como si la dueña de los recuerdos se hubiera hecho las maletas y hubiera salido de este cuerpo. Y yo soy un cascarón que anda por la vida con sus recuerdos y remedos de convicciones.
May Kasahara (de la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo) dice “cada uno de nosotros nace con una cosa diferente en el centro de su existencia. Y esta cosa, cada una de estas cosas distintas, se convierte en una especie de fuente de calor que mueve desde el interior a cada uno de los seres humanos”. En este libro, describen esa cosa como una gelatina, que si la dejas, podría devorarte. Y dejando que haga eso, surge el verdadero yo. Y te habla de la oscuridad como médium para acceder a la gelatina, para entrar al mundo interior y lograr cambios reales. Tan reales como pegarle en la cabeza con un bate a un hombre, y hacer que el hombre caiga en muerte cerebral del otro lado. Del lado de la luz.
En algún lugar entre las montañas, hay unas corrientes subterráneas de agua. El agua viene de la sierra y se filtra por las rocas, formando una corriente de agua bajo la tierra. Hay suficiente espacio para que una persona camine sin muchas dificultades por ahí; sólo hay un camino y no existe la posibilidad de perderse. Cerraron el lugar al público por miedo a los derrumbes.
Para llegar, se toma un camino de terracería y se cruzan varios puentecillos de dudosa estabilidad.. En varias ocasiones fui allá sola, no tendría más de catorce años. Nunca lo planeé, siempre me he sentido atraída hacia este lugar.
En alguna soleada tarde, caminaba hasta el linde de la civilización, apenas cuatro cuadras al norte de mi casa. Caminaba bajo el abrasante sol entre huizaches, gobernadoras y maromas. Brincaba algunas alambradas con púas y seguía caminando. Recuerdo un pozo de unos tres metros de diámetro, rodeado de alambre de púas y maromas secas. Bajaba una pendiente inclinada, brincaba una acequia y entraba al pozo con lo que trajera puesto, sin quitarme los tenis. No era muy profundo, apenas me cubría hasta la cintura. Después me internaba en la oscuridad, siguiendo el camino bajo la tierra sin linterna o luz alguna.
Nunca sentí miedo de la oscuridad. De lo que sentía miedo era que pudiera haber alguien ahí. No le temo a lo que mi imaginación pueda poner en el lugar, le temo al ser humano, porque en él habita la maldad.
Permanecía largo tiempo sintiendo el agua fría rodeándome el cuerpo y dejando que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Nunca avanzaba mucho por miedo de que alguien pudiese escucharme. Avanzaba sólo lo suficiente para permitir que la luz se alejara por completo de mí. Me sentaba en las piedras, me sostenía con las manos para evitar que la corriente me arrastrara – aunque el agua corría a muy poca velocidad – y me quedaba quieta… quieta en la oscuridad. Estar así me relajaba. No tenía pensamientos malos, mi mente se iba vaciando poco a poco hasta que sólo escuchaba agua, sentía rocas y veía oscuridad.
Hoy acudo con mi mente a aquél lugar. Pero los recuerdos están llenos de bruma, apenas puedo sentir el agua y oler las piedras húmedas… extraño tener un refugio. Dentro de mí ya no puedo encontrar calma tan fácilmente. Por eso leo y dejo que la cotidianeidad me distraigan de mí misma…
Supongo que algún día tendré que enfrentarme a lo que hay en el centro de mi existencia. Por el momento leo y escribo.
Hasta ahora, este domingo parece lunes.