sábado, 27 de septiembre de 2014

Perrito.

Era de mañana y teníamos mucha hambre. Fuimos al super mercado del barrio a comprar cereal. De ninguna marca en específico, cereal guardado en bolsas y que sabe muy diferente a los "originales".
Me parece que era uno de esos felices días, cuando mi novio cuidaba a su bebé -su bebé con otra mujer-, y llevaba a este precioso bebé a cotorrear conmigo (a escondidas de esa otra mujer).
Fue en esa mañana cuando vimos a un perrito chihuahua tratando de cruzar la calle. Daba pasos cortos y miedosos. Estaba muy flaco. No flaco, era un esqueleto. Cada uno de sus huesos se veía a través de su piel, se veían las costillas, las vértebras, cadera. Era piel y huesos.
No quería llevarlo a mi casa. Los perros no son mis animales favoritos. Pero J. me convenció diciendo que estaría sólo un tiempo, además "¿Qué tanto podía necesitar?", refiriéndose a su pequeño tamaño. Se dio la vuelta en el coche y lo subimos.
Al principio no bebía nada de agua, sólo comía con desesperación. Lo bañé y le compré un suéter. Le dimos hígados de pollo, arroz, avena, croquetas. Todo para que ganara peso. Se puso mejor en más de un mes. Al principio elegimos un nombre para él; pero nunca le llamamos así, "Perrito" nos salía con naturalidad.
Se volvió un perrito cariñoso y activo. Le gustaba sentarse en mi regazo mientras jugaba Zelda. Lloraba cuando lo mandaba a dormir en el baño. Prefería las croquetas de gato.
Y llegó el día en que lo vi bien. Le tomé unas fotos y le busqué hogar por Facebook. Rápido se interesaron tres chicas. Antes de darlo en adopción, lo llevamos a operar para que no haga perritos que se queden en los huesos sin que nadie los proteja.
Ayer se fue a su nuevo hogar. Quedé de verme con la chica en el estacionamiento del parque de béisbol. Llegó con toda su familia: un esposo, un bebé de brazos bajo una cobija y una niña. Me había contado que su niña tenía asma y que por eso quería adoptar un chihuahua. Me pareció muy lindo de su parte buscar en los grupos de adopción, antes de comprar en la calle.
Apenas se detuvo su coche, bajó corriendo la niña con los brazos abiertos. Cargó al perrito con una enorme sonrisa. Bajaron los papás y se presentaron. Les dimos un par de instrucciones, un bote con croquetas y nos fuimos.

La sonrisa de esa niña me pone feliz. Me hace sentir que hice lo correcto al habérselo dado a ellos. Que estará bien.

Espero que Perrito sea feliz con ellos. Que viva muchos años. 

martes, 16 de septiembre de 2014

Objetivos.

"Ingen, ingen, ingen, ingen hör".

Escribir aquí es como enviar mensajes en una botella, a la vastedad del mar. Es casi seguro que nadie los leerá; pero quién sabe. Quizá en algunos años llegarán a tus ojos, o mañana. Te hablo a ti por costumbre.
Me parece que ya hace una década que te escribo; la mayoría de las veces sin obtener respuesta.
Lo que no he perdido son las ganas de escribir. No me había dado cuenta porque escribía en hojas de mis cuadernos, en documentos olvidados.Todo se quedaba tirado por ahí, porque escribía para nadie. Y justo nadie leía.
Últimamente me queman los dedos por todo. Por dibujar, leer, escribir.
Pensé que ya había secado todo de mí. Lo único que me pone frenética son las pesadillas.
La misma pesadilla.

Grito y no me sale la voz. Golpeo sin fuerza. Ahí está él riéndose. Ahí está ella, incrédula.

En algún momento debería volver al sofá de un loquero. Que me dé felicidad en forma de pastillas. Tranquilidad en gotas para dormir. Pero no.
Al fin veo el objetivo de que todo eso me pasara. Tengo que contarle a alguien. A quien sea. Tengo que contarlo. No para contarlo. Para que se sepa.

Hoy no.

Hoy hay que hacer como las personas civilizadas y ponernos al día. Después de todo, hace años que no te escribía.

En resumen: Estoy parada en el mismo lugar en que me dejaste. Fin de la historia. Tal vez suene aburrido, pero entre esas líneas de monotonía existen pequeñas y largas historias que no deben ser contadas. La buena noticia, es que aún disfruto con hacer lo que no debo. De ahí nacen las aventuras, los recuerdos grabados a hierro y fuego en la mente y el cuerpo.

La primera historia a contar: Un primer beso de una hora.

Tenía puesta la pijama. Era un vestido corto con listones. Había terminado mi relación que duró casi dos años. Como último presente recibí unos tenis morados. Ella tenía la costumbre de querer comprar mi amor y mi perdón. Nada dice "lo siento" como un ramo de flores, una carta muy sentida y buen dinero gastado.
Llevaba puestos los tenis morados. Y sentí dolor porque todo terminó. Lloré en sus brazos, porque es mi mejor amigo. Se quedó más tiempo de lo acostumbrado para consolarme.
Cuando estuve de mejor humor nos sentamos en la sala. Había comenzado un juego unos días antes; lo comencé en el trabajo. Me acerqué a él por detrás, mientras estaba sentado. Saqué mi lengua y puse la punta en su mejilla. Siendo justos, no era un beso. Era otra forma de fastidiar. Seguí con ese juego en el sofá.
Mi lengua en su mejilla y él arrugaba la cara y me empujaba. Su lengua en mi frente y le daba un manotazo.
La punta de mi lengua en su nariz.
La punta de su lengua en mi ceja.
La punta de mi lengua en su mejilla.
La punta de su lengua en mi barbilla. Una sonrisa.
En el lóbulo de su oreja. Otra sonrisa.
Él en mi mejilla.
En la comisura de sus labios.
En la comisura de mis labios.
Mis ojos fijos en los suyos.
Una sola frase, salida de sus labios "Vamos a besarnos".
La siguiente hora estuve sintiendo sus suaves labios, su boca abierta y la punta de mi lengua rozando la suya. Estábamos sentados lado a lado y nos tomamos de la mano. Me senté a horcajadas sobre él. Mis tenis nuevos y morados a cada lado de sus piernas. Mis piernas abiertas y la pijama ligeramente subida. Puse mis manos en su cara, su cuello. Sentí sus suaves orejas mientras mi lengua buscaba a la suya, abrí los ojos y encontré los suyos cerrados.
El calor se concentraba entre mis piernas, podía sentirlo cuando movía el cuerpo. Sentía sus grandes manos sobre mi cintura. Estaban fijas ahí. Me faltaba el aire y quería que las moviera por todo mi cuerpo. Esperaba que me acariciara; pero sus manos no se movieron.
No aguanté más y sentía que jadeaba. Terminé el beso con otro pequeño y suave, plantado en sus labios. Se veían enrojecidos  y ligeramente hinchados. Suspiré y pegué mi frente a la suya. Mis ojos fijos en los suyos. Cerré los ojos y volví a sentarme a su lado.

No recuerdo de qué hablamos. No recuerdo qué más hicimos ese día; incluso le he preguntado, pero él tampoco lo recuerda. Lo despedí en la puerta de mi casa con un abrazo y una sonrisa.
Subí a mi cuarto y me quedé dormida, sintiendo el pecho lleno de satisfacción. Y algo de incertidumbre ¿Y si ya no somos amigos? ¿Y si no vuelve?

Primera duda.

¿Está mal lo que hago?
¿Le pasa a todo el mundo?
If I do tell, would you belive me?
¿Lo preferirás a él?
¿Me querrás igual?
¿Me despreciarás?

De la incertidumbre del suicidio.

A veces quiero morirme.
El mundo es una ola gigantesca, imparable. El mundo me come, el mundo me escupe. El mundo es mi enemigo y me ahoga.

Estoy deprimida y me caigo mal.
Me entrego a llantitos y lamentaciones. Me lamento por la vida y por el tiempo. Me lamento por lo que fue y será.

No te quiero a ti, no lo quiero a él. Tampoco los quiero a ellos. A ella la necesito, no sé acercarme.
Estoy odiándoles sola.

Considero las opciones. Me gustan y me arrepiento. Rebusco y no encuentro.
Temo a equivocarme.
Atraigo a la muerte con falsas promesas. Alguna vez me ofrecí a ella.
Hoy quiero morirme y mañana no.

Ayúdame, llévame, mátame.

Líneas paralelas.

*"Hace ya muchos e infelices días que carezco de noticias tuyas. A excepción de la tarjeta y de la primera carta no he vuelto a recibir ninguna más. He estado, por este motivo, muy triste y muy preocupada; he hecho toda clase de hipótesis (algunas nada agradables y nada tranquilizadoras pero totalmente verosímiles) y he terminado por desear que tu silencio tenga su origen, en que has estado demasiado ocupado, en que has tenido demasiada flojera, en que has pensado escribirme una carta muy larga y eso requiere tiempo, en que te diviertes mucho, en que estás con niñitas, en que tienes que preparar tus clases, en que te desvelas. Yo recuerdo que alguna vez prometí escribirte aunque no obtuviera tu respuesta. Como era de temerse estoy dispuesta a llevar adelante esa promesa pero me detiene un poco algo: que recibir mis cartas y saber que mi devoción y mi amor continúan inalterables y crecientes te compliquen la vida y te parezca extemporáneo, estorboso e incómodo; y que además resulta un poquito ridículo estar bordando en el vacío y enviar noticias que carecen totalmente de interés ni de trascendencia y de estados de ánimo que al no compartirse no parecen siquiera comprensibles. Quiero decirte ahora una cosa: te amo mucho, te amo como siempre o más que antes, me haces mucha falta y te soy fiel. Pero no me extrañaría (ni me modificaría en mi constancia) saber que me has olvidado o que me has sustituído. Yo no quisiera perder tu amor; me dolería mucho, me dejaría tan desolada como me encontraste y más porque he sido muy feliz contigo. Pero no tendría yo derecho a reproches ni a llantitos ni a lamentos cuando tan bien podrías decirme que fui yo quien eligió y que elegí venirme y que nos separáramos. Todo esto es lógico, pero las cosas no son lógicas y me haces mucha falta y me da una desesperación horrible no saber nada de ti. Pero en fin, si esto sucede o ha sucedido ya (sólo sucede lo adverso), si he perdido tu amor (porque él no depende de tu voluntad ni de ninguna ley), hay algo que no quisiera perder nunca y que te podría pedir sin violentarte: tu amistad. Usted es la persona más limpia, más sana, más honrada que he conocido. Me dejaría inconsolable el hecho de que usted cesara de estimarme; porque yo no podría dejar de estimarlo a usted, ni tendría ningún motivo. Pero yo tengo muchas fallas y usted me las conoce bien. Aunque no es bueno aceptarlas sin antes tratar de corregirlas. Pero ya no hablemos de eso. Yo lo amo, ya lo sabe. No quiero que por ningún motivo, nunca, suceda lo que suceda (excepto que yo hiciera algo de lo que tuviera que avergonzarme ante usted y eso no sucederá mientras mi voluntad funcione), crea que ha dejado de contar conmigo. Siempre, siempre le seré leal. Porque creo que independientemente de todo lo que lo ama usted vale la pena de intentar y de lograr la lealtad."


Hay personas a las que se les dice valientes por su forma de vivir su vida, de moverse, de platicar con las gentes y todas esas cosas que hacemos las personas. Creo que sabes que no soy valiente. No porque te lo haya dicho tal cual, sino porque mis palabras y acciones hablan por mí. Soy tan poco valiente que a veces te he escondido cosas por miedo a que dejes de quererme o te des cuenta que soy una farsante.

No soy lo suficientemente lista, no soy lo suficientemente alta, lo suficientemente hermosa, suficientemente culta, divertida, interesante. Entonces ¿Qué diablos soy yo? Un remedo de persona.

Todos los días me muevo como autómata. No tengo motivaciones, no tengo pasiones. Tal vez todos somos una especie de ganado, tal vez nadie tiene voluntad real. Pero te veo y sé que estoy equivocada.

A veces siento que soy arrastrada a un lugar lleno de podredumbre, dolor y tristeza. Lo siento porque cada minuto que paso en mi vida me hunde en un imenso lodazal. Dar un paso me cuesta mucho trabajo, cada vez que muevo un mùsculo tengo que hacer acopio de todas mis fuerzas; fuerzas que se agotan. Aún así tengo que avanzar, doy paso tras paso en este lodazal, dirigiéndome a ningún lugar. En mi cabeza sólo está una cosa: seguir avanzando. La pregunta latente ¿Por qué? ¿Por qué? No encuentro respuesta y por eso no me detengo. Tal vez más delante vea algo, tal vez delante me espere algo.

Hoy me di cuenta que tú y yo cambiamos de rumbo hace mucho tiempo. Mi mundo y el tuyo no están ligados por nada. Eres un fantasma, un fantasma de algo que nunca existió. Eso me puso triste, inconmesurablemente triste. Nunca más volveremos a tener algo en común, ni un pensamiento, ni una risa. Es peor que si hubieras muerto. Ojalá sintieras lo mismo que yo y tuvieras un intenso anhelo por recuperar lo perdido.


No sé porqué pensaré tanto en ti. Fuiste un pésimo amigo.

*Fragmento de una carta escrita a Ricardo Guerra por Rosario Castellanos el 29 de noviembre de 1950.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Es lunes.

Los domingos me quedo en cama leyendo, con algún videojuego o película; permitiéndoles que me licuen los sesos y me alejen de todo pensamiento. Y claro, me evito cualquier clase de tarea que tenga que hacer.
En donde vivo, las casas se miran las unas a las otras, como silenciosos vigilantes. El fin de semana salen los ojos y las conciencias de las casas, se sientan en el pequeño jardín del frente y conversan. Los niños corren y gritan.
Entre semana las mañanas son silenciosas, perturbadas por el ocasional sonido de las aspiradoras y los camiones que traen los garrafones de agua. Por las tardes los niños también juegan, pero no gritan como en fin de semana.
Hoy me hice el desayuno. Puse un mantel sobre la mesa, un vasito de cristal y uno de los relucientes tenedores nuevos. Preparé masa e hice cuatro diminutos hot cakes. Les vacié medio bote de miel encima y me tomé un vaso de leche con chocolate. Mientras comía los hot cakes, iba ordenando en mi cabeza lo que tenía que hacer hoy. Llamar al plomero, lavar mi ropa, llevar a la lavandería las sábanas, toallas y jeans. Aspirar las escaleras, los sillones, trapear la sala… todo me daba pereza, apenas había dormido.
No sé porqué, estoy desbalanceada hormonalmente. Lo digo porque tengo varios síntomas. Como el que descubrí ayer, mientras me lavaba los dientes frente al espejo; miré mis clavículas y mi escote, conté seis enrojecidos y sexys granitos.
Y el síntoma más importante es la irregularidad de mi periodo. Anoche dormí en la sala, engarruñada por un fuertísimo cólico y escuchando un zumbido amortiguado, como si me llegara del otro lado de una pared. Me sentía débil, me miré al espejo y estaba amarilla. Creo que en estos veinte años, me he visto pálida unas tres veces. Y estaba así porque había estado sangrando como orate toda la noche. Se me ocurrió que después de sangrar tanto, ya nunca más iba a tener mi periodo. Sí, como no.
Para distraerme de mi pereza, me puse a leer. Pensé –una vez más- que no tiene sentido evitar las cosas que tengo que hacer, ya sé que no pasa nada si no aspiro la sala o si dejo que el patio se llene de cagajones de perro. Nada muy grave, al menos. Pero dentro de mi monótona y simple existencia, es algo que se tiene que hacer.
Y cuando uno está así, dejándose arrastrar por los pensamientos, le llegan recuerdos de alguna parte enterrada en la memoria.
A veces trato de recordar tus palabras. A veces lo logro, y otras no. Siento que mis recuerdos están contaminados por la bruma que envuelve mi memoria. Y me siento extraña, porque hay mucha gente que tiene en su mente los recuerdos frescos, como si hubieran ocurrido apenas ayer. Y me da la impresión que hace muchas vidas que viví lo que hay en mi cabeza. Como si no fuera yo y esos recuerdos hubieran sido plantados para hacerme creer que esta es mi vida. Claro que no podría asegurar que tuve una vida antes de esos recuerdos, siento más bien como si la dueña de los recuerdos se hubiera hecho las maletas y hubiera salido de este cuerpo. Y yo soy un cascarón que anda por la vida con sus recuerdos y remedos de convicciones.
May Kasahara (de la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo) dice “cada uno de nosotros nace con una cosa diferente en el centro de su existencia. Y esta cosa, cada una de estas cosas distintas, se convierte en una especie de fuente de calor que mueve desde el interior a cada uno de los seres humanos”. En este libro, describen esa cosa como una gelatina, que si la dejas, podría devorarte. Y dejando que haga eso, surge el verdadero yo. Y te habla de la oscuridad como médium para acceder a la gelatina, para entrar al mundo interior y lograr cambios reales. Tan reales como pegarle en la cabeza con un bate a un hombre, y hacer que el hombre caiga en muerte cerebral del otro lado. Del lado de la luz.

En algún lugar entre las montañas, hay unas corrientes subterráneas de agua. El agua viene de la sierra y se filtra por las rocas, formando una corriente de agua bajo la tierra. Hay suficiente espacio para que una persona camine sin muchas dificultades por ahí; sólo hay un camino y no existe la posibilidad de perderse. Cerraron el lugar al público por miedo a los derrumbes.
Para llegar, se toma un camino de terracería y se cruzan varios puentecillos de dudosa estabilidad.. En varias ocasiones fui allá sola, no tendría más de catorce años. Nunca lo planeé, siempre me he sentido atraída hacia este lugar.
En alguna soleada tarde, caminaba hasta el linde de la civilización, apenas cuatro cuadras al norte de mi casa. Caminaba bajo el abrasante sol entre huizaches, gobernadoras y maromas. Brincaba algunas alambradas con púas y seguía caminando. Recuerdo un pozo de unos tres metros de diámetro, rodeado de alambre de púas y maromas secas. Bajaba una pendiente inclinada, brincaba una acequia y entraba al pozo con lo que trajera puesto, sin quitarme los tenis. No era muy profundo, apenas me cubría hasta la cintura. Después me internaba en la oscuridad, siguiendo el camino bajo la tierra sin linterna o luz alguna.
Nunca sentí miedo de la oscuridad. De lo que sentía miedo era que pudiera haber alguien ahí. No le temo a lo que mi imaginación pueda poner en el lugar, le temo al ser humano, porque en él habita la maldad.
Permanecía largo tiempo sintiendo el agua fría rodeándome el cuerpo y dejando que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Nunca avanzaba mucho por miedo de que alguien pudiese escucharme. Avanzaba sólo lo suficiente para permitir que la luz se alejara por completo de mí. Me sentaba en las piedras, me sostenía con las manos para evitar que la corriente me arrastrara – aunque el agua corría a muy poca velocidad – y me quedaba quieta… quieta en la oscuridad. Estar así me relajaba. No tenía pensamientos malos, mi mente se iba vaciando poco a poco hasta que sólo escuchaba agua, sentía rocas y veía oscuridad.
Hoy acudo con mi mente a aquél lugar. Pero los recuerdos están llenos de bruma, apenas puedo sentir el agua y oler las piedras húmedas… extraño tener un refugio. Dentro de mí ya no puedo encontrar calma tan fácilmente. Por eso leo y dejo que la cotidianeidad me distraigan de mí misma…
Supongo que algún día tendré que enfrentarme a lo que hay en el centro de mi existencia. Por el momento leo y escribo.

Hasta ahora, este domingo parece lunes.