sábado, 7 de febrero de 2015

Del primer día de un rompimiento.



Había dicho que estaba contenta, y me pareció extraño estarlo. Estando en ese momento de sentimientos apacibles me pregunté si la tristeza no llegaría a mí más tarde. Y es que soy bastante lenta para que reaccionen mis sentimientos. Cuando murió mi abuela lloré a moco tendido hasta una semana después.
Y sí. Hoy por fin me llegaron olas de tristeza. Desperté antes del amanecer sintiéndome descansada y eso fue una sorpresa. No supe qué hora era porque no vi el celular, por la ventana vi ese particular azul de un cielo de madrugada y lo vi transformarse al cielo del amanecer. No quise levantarme.
Estuve en la cama leyendo durante una hora. Después de eso hice la misma rutina: tendí mi cama y bajé, desayuné una fruta, tomé agua y prendí la lavadora. Me entretuve en los quehaceres de la casa, y haciendo ejercicio. Después hice sopa de verduras para comer.
Cuando estaba sentada frente a mi tazón de sopa de verduras, se me antojó algo más. “Algo como carne”, pensé. Y recordé que la mayoría de los sábados comía pollo asado.
J. llegaba a la casa y nos íbamos juntos a comprar pollo. Nos llevábamos a las perritas a pasear. Yo cargaba con bolsas de plástico –para recoger posible mierda de perro- y él conducía la correa; caminábamos diez cuadras al local de “Pollos 2000”. Las gordas y yo lo esperábamos en una de esas plazas pelonas de barrio, donde hay hierbajos y botellas quebradas.
De regreso él cargaba con el pollo y yo con las gordas. Al llegar a la casa, ellas corrían por agua y a echarse al sol. Nos lavábamos, poníamos la mesa y hacíamos agua de sabor. Luego me daba la pechuga sin cuello y comíamos. Me hacía caras porque le daba pedazos de pollo a Coco, el gato gordo. Me gustaba decirle a J. que comía como cavernícola por dejar pelones los huesos, hasta quitaba de mi plato los pellejos y  huesos con carne para dejarlos limpios.
El primer fin de semana que vino a mi casa, compramos pollo asado. Llegó a desayunar chilaquiles (muy mal cocinados) y  estuvimos platicando, viendo películas y  fumando. Luego nos entró hambre y no quise cocinar. Hace dos años de eso.
Y hoy, estando frente a mi insípida comida (tengo que usar sal), me puse a llorar.  Me duele que no me ame ¿Qué chingados tengo de malo?, pero lo que más me duele es que ya no vamos a ser amigos. Que esas cosas triviales que hicimos de rutina, ya no van a ser.